jueves, 26 de mayo de 2011

El triunfo de la afición

(Colaboración para Más Que Fútbol)


Miguel Salazar | Jorge Valdano, buen futbolista mejor orador, afirmó en su día que «el fútbol es un estado de ánimo». Definición que bien podría ser extrapolada y aplicada a las aficiones de este deporte y que le viene como anillo al dedo a una en particular, la del Real Zaragoza. La hinchada blanquilla comenzó la temporada pitando al equipo y en la última jornada ha terminado protagonizando el mayor desplazamiento en la historia de la Liga. Un dato que resume el recorrido del conjunto y que confirma la biporalidad de la afición.

La frágil situación del equipo, el cambio de juego y de actitud por parte de los jugadores —fruto de la llegada de Javier Aguirre— generó un sentimiento entre la afición en un grado que pocas veces se ha visto en la capital de Aragón. Los precios populares que se ofertaron desde la entidad para los últimos partidos de la temporada provocaron el lleno de La Romareda ante Osasuna, además de unos números poco frecuentes por su magnitud en el resto encuentros. Un movimiento zaragocista masivo con la esperanza y optimismo por bandera se fraguaba conforme pasaban las jornadas, terminando de gestarse coincidiendo con la final ahte el Levante.

Tras haber agotado todo el papel el primer día, la nueva remesa al día siguiente e incluso las reservas a distancia, post-recogida en el Ciudad de Valencia, se confirmaban las mejores expectativas: alrededor de 10.000 zaragocistas acompañarían al equipo en, sin duda alguna, el partido más trascendente de la temporada. En el encuentro de aquella noche solo había dos resultados posibles, ni la victoria, ni el empate, ni la derrota, solo cabía vivir o morir… y la afición bien lo sabía.

La llegada de los más de 100 autobuses desató la locura. Nada más poner los pies en Valencia, a siete horas de encuentro, los cánticos afloraron en clave de saludo y no se detendrían hasta bien entrada la noche. Siempre había un grupo, más o menos numeroso, haciendo de banda sonora del resto de la afición, recordando los cánticos más populares entonados en La Romareda. Las miles de camisetas portadas por los hinchas tiñeron los aledaños del estadio de blanco, azul, negro y amarillo donde se notaba cierto nerviosismo. Y no por miedo a la derrota sino por prisa a que empezara el encuentro lo antes posible. Restaban poco menos de dos horas para el comienzo del choque cuando llegó el autobús. Un pasillo humano interminable y atronador daba la bienvenida al autobús del león que portaba a los héroes de la noche, el momento tan esperado se acercaba.

Como si de su estadio se tratase la afición conquistó el Ciudad de Valencia en una imagen casi inédita en un partido de la Liga española. Los 10.000 seguidores abarrotaron las gradas antes de que la final comenzara y los auriculares empezaron a hacer acto de presencia en los oídos de alguno de ellos en una misión casi imposible debido a los decibelios que manaban de las gargantas de la afición. Sin embargo sonaban con ganas de cantar un gol, se notaba esa incertidumbre, alimentada además por los dos goles anulados al Real Zaragoza. Fue entonces cuando Gabi dio inicio a la fiesta. Su gol de falta significó muchas cosas, entre otras, que el pesimismo de los más cenizos desapareciera y que se comenzara a disfrutar de la fiesta zaragocista.

La segunda parte certificó que los cánticos aquella noche no conocieron la tregua. La grada saboreaba el 0-1 y el ambiente olía a Primera División. Hubo tiempo para todo en el partido, incluso para que la bipolaridad de la hinchada se manifestara en forma de silbidos hacia Jorge López cuando éste sustituyó a Boutahar, aunque solo quedó en un espejismo. El segundo gol del capitán desató la locura, aunque el tanto de Stuani palió el efecto, que no los cánticos, a los siete minutos y con el partido ya expirando. Sin embargo, no hubo nada más de que preocuparse que no fuera de concluir la noche con el acto final.

Fue entonces cuando el himno saltó a escena en su máximo esplendor al ser interpretado por diez millares de gargantas ya desgarradas y llenas de júbilo que recordaba a otras noches ilustres de la hinchada maña. La celebración se prolongó en las gradas tras el pitido final, era el tiempo de disfrutar del triunfo y de respirar tranquilos por primera vez en la temporada, era el tiempo de la afición y de su victoria. Los jugadores saludaron a su público, sabedores de que ha sido una de las claves de su final de temporada. Las múltiples celebraciones, desmesuradas para algunos, solo certifican que queda gente, mucha gente, que vive el Real Zaragoza y que una asignatura pendiente desde hace un tiempo ha sido aprobada. Solo falta que el compromiso adquirido esta temporada perdure en el tiempo para guiar a este equipo donde debe de estar.

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Imagen | Periódico de Aragón

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